No
hace poco un teólogo escribió un planteamiento donde señalaba que nuestro
pueblo estaba cayendo en la idolatría por nuestro Comandante Hugo Rafael Chávez
Frías. Esto me ha motivado a escribir las siguientes líneas sin la pretensión
de polemizar, sino más bien aclararme que es lo que siento como parte de este
pueblo, que este hombre nos deja como legado.
Antes
que nada debo señalar que veo en Chávez un hombre y un amigo. Si, sobre todo
analizando lo que nos fue demostrando a lo largo de todos estos años en los que
estuvo al frente de esta Revolución Bolivariana. Nos fue indicando de forma
sincera que lo que decía lo cumplía con su vida. Lo hacía desde su propia
reflexión de vida desde la cual siempre fue consecuente, aún en los momentos
más difíciles que le tocó vivir. Fue
capaz de demostrar con su existir el gran amor que tenía por nuestra
patria, a la cual el mismo nos ayudo a redescubrir. Nos enseño a ser más
protagonistas de la historia en la cual nos comprometió a construir de una
forma participativa. Nos hizo entender que estábamos incluidos en un proyecto
fundamental, del cual nos había excluido la burguesía de este país. Por esto
señalo que son los verdaderos hombres y mujeres de esta nación lo que nos vemos
comprometidos con este amigo que nos enseñó a amar y a sentirnos orgullosas y orgullosos del
suelo que pisamos.
Chávez
nos removió desde nuestras propias entrañas
para redimensionar la fe en nuestro pueblo, en las luchas que
realizamos, en los esfuerzos que hacemos a diario por construir una patria
grande. Nos hizo descubrir que esto no lo podíamos hacer solos, sino que era
necesario y urgente planteárnoslo tanto al interior de nuestra nación como a
nivel de la patria grande. Nos hizo ver claramente que el Imperio no descansará
en su empeño por destruir estas experiencias de liberación que están surgiendo
en esta Pacha Mama. Nos hizo mirarnos a los ojos y replantearnos más allá de la
memoria por su acción histórica, en la esperanza de un mundo que quiere
construir un espacio vital para las generaciones que vienen.
Desde
el punto de vista cristiano nos llevo de nuevo a descubrir el Dios de los
pobres, el Cristo solidario, el Jesús comprometido con su pueblo ante las
oligarquías religiosas que solo se encierran en sus normas y leyes y son
incapaces de compartir los sueños y las esperanzas del pueblo. “Bienaventurados
los pobres de espíritu porque de ellos y ellas es el Reino de Dios” (Mateo 5,3).
Nos enseño a buscar el Reino de justicia y hermandad del cual nos habla San
Mateo: “Cada vez que ustedes hicieron algo por uno de mis hermanos más
pequeños, me lo estaban haciendo a mí” (Mt. 25, 31). Nos demostró como también lo ha hecho
recientemente el Papa Francisco, al lavarle los pies a unos presos en Roma, que
quienes son Pastores deben estar junto a su pueblo sirviéndoles. Como el Jesús
que echa en cara a los fariseos su indolencia ante el sufrimiento del otro, con
el ejemplo nos indicó cual era el camino.
Nos hizo tomar conciencia, como muy bien lo señala San
Pablo (1ra de Corintios, 1, 25) que “la locura de Dios es más sabia que la
sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios más fuerte que la fortaleza de
los hombres”. Además nos enseño siguiendo esta misma idea, que “por el contrario, Dios ha elegido a los locos del mundo para humillar a
los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los
fuertes, Dios ha elegido a gente sin importancia, a los despreciados del mundo
y a los que no valen nada, para anular a los que valen algo”. (1ra Corintios 1,27-28).
Claro que esto duele a cierta gente, sobre todo a quienes, como muy bien
aparece en el Evangelio, Cristo les responde cuando a la entrada de Jerusalén
le mandan a que calle al pueblo: “Les digo que si éstos
callan, las piedras clamarán”. (Lucas 19, 39-40). Este loco llamado Hugo Rafael
Chávez Frías, ha hecho que el Pueblo comience a hablar y a sentir suyo aquel
adagio medieval de que “La voz del Pueblo es la Voz de Dios”.
No sé si esto se le puede
llamar idolatría, lo que sí puedo afirmar es que nos abre retos para el futuro,
nos hace volver los ojos a nuestras propias raíces, nos compromete a ser parte
de la historia que está por comenzar, nos invita a no ser mezquinos a la hora
de ver “los signos de los tiempos” (Lucas 12,54-59) que nos corresponda vivir.
“El que tenga oídos para oír, que oiga” (Lucas 8,8).
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